miércoles, 30 de mayo de 2012

Se suma un pasajero




Parece increíble que el viaje a Buenos Aires haya venido y pasado y que estemos de vuelta en Barcelona. Digo estemos porque Agos está acá también. No nos gusta estar en países diferentes, así que lo hacemos cada vez menos. Hoy pasó algo. Estábamos en la playa y una japonesa me estaba haciendo un masaje en la espalda. Ya sé, suena a vidurria, pero no es para tanto. Estas japonesitas patrullan las playas ofreciendo sus servicios a cinco euros el masaje. Son todas bajitas, tienen el mismo corte de pelo tipo Pequeña Lulú y parecen tener los mismos cincuenta años. Son mucho más simpáticas que otras especies del ecosistema playero, como los paquistaníes cerveceros o los bengalíes que ofrecen anteojos oscuros truchos. Yo estaba con un dolor bárbaro de cuello y la japonesa me aflojó bastante. De repente no la sentí más. Levanté la vista y alcancé a ver cómo se alejaba corriendo. Un policía en bermudas acababa de detener a dos de sus compañeras. Si te escapas, será peor, le dijo a una. Entonces Agos (como si el incidente acabara de recordarnos que siempre las cosas se pueden ensombrecer de golpe, que nunca sabés cuándo puede aparecer en tu vida un policía en shorts y que más vale sacarle una foto a los momentos de felicidad mientras duran) me dijo: tendrías que volver a escribir en el blog, yo también tengo cosas que quiero poner por escrito.


¿Dije al comienzo que la idea de este espacio era anunciar unos planes y después ver qué pasaba con esos planes? Sí, y me curé en salud hablando de cómo de manera inevitable lo que uno planeó o imaginó se convierte en otra cosa. Pero la realidad tiene muchos recursos para sorprendernos. Uno, especialmente refinado, consiste en que las cosas resulten, en efecto, como uno las soñó, pero con algo indefinible que las hace diferentes; la sensación es que el destino es un gato gordo que te sonríe desde las nubes y te dice socarrón: ¿Y, pibe, no era esto acaso lo que querías? Y vos no sabés si ese gato te está cagando en algo o si es tu mejor aliado. O una mezcla enigmática de las dos cosas.

Yo en abril pensaba publicar un libro y salir con Agos. El libro terminó siendo bastante más que publicado: gracias a él descubrí que había mucha más gente de lo que yo creía a la que le sucedían cosas parecidas a las que me pasan a mí. Y con Agos, en vez de salir, terminamos viviendo juntos. El departamento de la calle Paraguay, ahora que lo pienso, se convirtió en algo así como mi primer hogar en Buenos Aires desde que me fui de la casa de mi familia. La plaza Guadalupe con la iglesia, el café Pinot para escribir a la mañana, la verdulería de los peruanos, el boulevard de Charcas, las empanadas en La Pharmacie, ya son una geografía de bolsillo, un paisaje intimo de una ciudad que, de a poco, me va perteneciendo de nuevo. En ese departamento cocinamos, vimos películas, dormimos, hicimos planes, tuvimos nuestra primera pelea dominguera. Una noche de viernes Agos me explicó la vida de Edith Piaf. Una mañana de sábado le expliqué, con dibujitos, la teoría del big bang. Hicimos planes para los dos meses que íbamos a pasar en Barcelona y para la vuelta a Buenos Aires. Me fui dando cuenta de que no era más un pasajero en trance, así en singular; que si hay una historia, ahora es una historia que se cuenta de a dos, y que cuentan dos.

Son días raros en Barcelona. La música de fondo es de vacaciones, el sol definitivamente es de vacaciones, pero estamos todo el tiempo haciendo cosas de orden práctico y más o menos urgente: poner mi departamento en alquiler, encontrar otro lugar más grande donde quedarnos cuando vengan mis chicos a pasar el verano acá, encontrar una empresa de mudanzas que lleve mis cosas a Buenos Aires. Entre un trámite y otro, nos colgamos leyendo en voz alta la correspondencia entre Viggo Mortensen y Fabián Casas. O nos clavamos tres episodios de Mad Men al hilo. O, como hoy, vamos a la playa. Mientras bajo al subte o me ducho, pienso en la novela que quiero empezar a escribir. Lo cierto es que desde ahora, aunque cada uno escriba en primera persona del singular, este blog se escribe de a dos, y consecuentemente cambia de nombre: los pasajeros, desde ahora, en realidad desde hace un tiempito, son dos. Eso quería contarles, y que estamos bien, y ojalá que también a ustedes les sonría el gato gordo.

8 comentarios:

  1. Breve: Se extrañaban las entradas del blog. Me alegra que sean dos los pasajeros. Cada tanto a mí también me sonríe el gato gordo. Abrazos!

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  2. Me alegro, Gonzalo, me alegro de todo corazòn. Y, sì: ojalà que ese dichoso gato gordo me sonrìa a mì también, y pronto!

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    1. Cara, el gato gordo nunca deja a una chica como tú sola por mucho tiempo. Un abrazo!

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  3. Los felicito por la primera pelea dominguera! Pienso que esa debería ser la fecha de comienzo "real" de cualquier pareja... Cuando se tuvo esa pelea (que con diferentes matices todos hemos tenido) y la pareja sobrevivió a la misma. Saludos a ambos, Andrea Quaranta

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  4. Grande Gonzalo! Se te extrañaba por tu blog.

    Dos obsevaciones: no son japonesitas sino tailandesas y para mi son bastante truchas, pero si te aliviaron el dolor bienvenidas sean. Cómo es la historia? Volvés a Buenos Aires? O te quedás con un pie a cada lado del charco?

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  5. ¡Buenísimo!
    En Pinot leí la primera revista de Orsai. Relojeando a la plaza, comiendo ese maní japonés y con un porrón de Heineken.
    Por esa zona hay un trapito medio personaje que hace unos mangos lavando coches.

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    1. Si!, ese tipo es un genio. Manda en el barrio, hace años le lava los coches a todos (que con mucha confianza le dejan las llaves). Cosas lindas de Buenos Aires...

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  6. los viajes siempre pasan rápido, por eso es que hay que aprovechar los preparativos y disfrutar cada momento del viaje. me acuerdo cuando yo viaje para la Argentina me hospede en unos departamentos en buenos aires que me recomendaron cerca de Palermo, asi que salíamos todos los días a caminar y disfrutar aunque haya sido invierno

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