domingo, 3 de junio de 2012

Cosas que no se tocan


por Agos


Elefante blanco. Pablo Trapero. 2012

Pablo Trapero empieza una película con cinco o siete minutos que, apurada, digo que son los minutos más potentes de todo el cine argentino. Con pocos diálogos y sobre todo con algunos planos fijos puramente fotográficos de algunos espacios precisos —donde todavía no se sabe qué va a pasar pero se intuye y se huele y se siente y eso hace que empiece a vibrar el suelo porque se viene algo que por lo menos tiene potencia—, Trapero comienza como lo hacen los mejores del cine clásico. Ahí están los personajes, se entrevén algunos conflictos; pero sobre todo queda explícito (sin dudas, sin rodeos, sin mariconeadas estéticas) nada más ni nada menos que un espacio donde las cosas van a pasar.


Y si encima ese lugar es un monstruoso esqueleto blanco de doce pisos en una villa del conurbano bonaerense donde no para de llover (y no es una lluvia cualquiera, es una lluvia que Trapero inunda de metáforas y de simbolismos); y si encima esta secuencia que muestra a tres tipos que se despiertan para empezar un día más termina con la inesperada pero inconfundible voz de Pity Álvarez que, más fuerte que nunca, dice: “Me gustan las chicas, me gustan las drogas, me gustan los perros, me gusta la calle, pero lo que más me gusta…son las cosas que no se tocan…”; entonces, ahí, en ese momento con las pulsaciones a mil, yo ya me entregué a ver una película en la cual, cuente la historia que cuente, ya sé que no voy a poder despegarme de la forma. Y todo lo que venga después es un bonus track a semejante muestra de talento para hacer cine.

Pero hay una historia, sí. Una que se cuenta desde la honestidad, desde la exposición de los hechos como elige hacer siempre Trapero (sobre todo en El Bonaerense, o en Carancho). La historia es la de Julián, la historia es la de Nicolás, la historia es la de Luciana. Y de Monito, y de todos los Monitos y de todos los buenos y de todos los malos. Es una historia sobre la corrupción (tanto política como eclesiástica), es una historia sobre la principal causa de muerte de los pibes en la calle (el consumo de paco), es una historia sobre los que ganan plata vendiéndoles a esos chicos y que lloran por sus propios hijos muertos en lucha de narcos pobres. Elefante blanco es —junto con Familia Rodante— la película de Trapero más coral y por eso está menos profundizado cada personaje; pero eso, que para cierta crítica es un defecto, para mí la desviste y permite ver mejor que nunca el talento de Trapero como artífice formal. La diferencia con Familia rodante está en que en su tercera película Trapero se toma el tiempo para desarrollar conflictos y vínculos entre personajes sostenido en el mismo tiempo que supone estar días viajando es una casa rodante por la Mesopotamia y entonces éstos se vuelven primordiales para la historia. En Elefante blanco esa honestidad de la que hablaba se ve en que Trapero muestra una parte, grande, de lo que pasa. Expone sin tomar partido. No es tendencioso ni peca de extrema subjetividad (aunque la forma más extrema de subjetividad sea contar historias). Pero no hace un culto a la pobreza ni a los pobres; no reivindica a nadie. No tiene la intención de crear un personaje heroico ni detestable. Expone (de vuelta) y deja abierto un ventanal de discusiones éticas, morales, religiosas y políticas que hoy son cruciales —igual que hace treinta o cincuenta años— en nuestro país.

Y es quizá la historia, y la resolución de los conflictos que presentan sus personajes, la que a mí más me interesa destacar, aunque no fuera por su propio peso, sino justamente por lo contrario. Me explico. El poco conocimiento que tenemos sobre el pasado de algunos personajes funciona de modo impecable (un personaje acá, la historia del aquel, lo que siente éste, lo que sufren aquellos) para hacer más tranparente esa forma abstracta que también es una película. Una película o un cuadro o cualquier cosa que llamemos arte. Hay una intención fuerte de no decir más que lo que se está diciendo, sin apologías ni bajadas de línea como hemos visto en cine o televisión sobre la villa y los villeros. No le interesa a Trapero decir que los pobres también se enamoran, sufren, viven, ríen o cagan como cualquiera. No viene a decirnos que en la villa también hay sueños y deseos. Ahí es donde brilla el director de Leonera. Ahí es dónde se ve la estructura que sostiene una película de dos horas filmada entre pasillos y casas de chapa. Porque filma con el misma precisión y claridad un tiroteo nocturno o una escena de sexo prohibido o una misa en medio del barro. Porque se luce con un plano secuencia de una subjetiva desde una ventana que mira primero la sugestiva avenida Libertador y va corriendo la cámara hacia la derecha hasta que aparece la villa 31, las vías de Retiro, y todo es un solo plano que, además de ir camino a convertirse en una marca registrada de Trapero, nos revela de entrada quién es el personaje de Darín y a qué le teme.

Leí que alguien decía que había fallas “en lo narrativo”. Yo me reí y pensé en todas las formas que tuvo y tiene el cine para contar. La primera que se me ocurrió, obvio, fue la música. Sobre todo pensando en el cine mudo, que necesitaba de ella para describir, subrayar o minimizar pastillas narrativas. Y de golpe me acordé de Darín con la ropa del padre Julián subiendo los escalones de ese bruto edificio una y otra vez, de día y de noche, con un pibe a cuestas o arrastrándose él mismo. Después pensé en la cantidad de rezos que hacen los personajes. Rezan y rezan y cuando no pueden más de fastidio o de ira, rezan. Y cuando se duermen, rezan. Y olvidarse de eso es menospreciar el carácter narrativo de la imagen —en el caso de las escaleras interminables— y de la voz —en las oraciones repetitivas—. Esto sin mencionar la composición visual (el encuadre, la iluminación, la atmósfera óptica de la película) que es uno de los elementos esenciales de la narración. Es la cámara de Trapero la que establece los límites de la historia a través de esa lente que asalta el lugar del tradicional relator.

Trapero hace cine de autor, un cine de autor que ahora también es industrial. Como nadie ignora, cada una de sus películas se origina en un tema candente. Hay una clara intención de hacer películas que con los años puedan ser vistas como una representación de la sociedad argentina de una época y que sirvan como testimonio (aunque ficcional) de una situación sociocultural. No es poco, pero ojalá que no sea lo único que se aplauda.

3 comentarios:

  1. Muy interesante Agos. Los invito a acercarse a la villa 31, hay miles de voluntariados para dar clases y talleres de lo que sea, los chicos son super receptivos, inteligentes, sensibles
    Saludos,

    ResponderEliminar
  2. Hola Agos, recién puedo ver tu entrada... y si algo me faltaba para decidirme a verla, era tu entrada en el blog. No parece ser una peli de esas fáciles de digerir pero me entregaré a verla. Gracias por la reseña. Un beso.

    ResponderEliminar
  3. Estupenda crítica y muy interesante, desde mi punto de vista esta película que por cierto vi en HBO, y de verdad es una película técnicamente maravillosa, con una historia central que invita a la reflexión y al debate, y con diferentes relatos paralelos que, sin ser del todo atrapantes, acompañan correctamente la cruda y muy interesante narración principal. Simplemente maravillosa.

    ResponderEliminar