viernes, 16 de marzo de 2012

Escribir con perro


La imagen que ven arriba es la portada de El miedo. Ahí está la la ruptura, pero también la velocidad. Todavía no sé si es una imagen triste o alegre. Creo que por eso me gustó. ¿Ustedes qué dicen?
Empecé a escribir este libro en un departamento amueblado de la calle Mozart, en Barcelona. Estaba recién separado, mis hijos estaban en otro país, casi no conocía a nadie en la ciudad y no tenía trabajo. El departamento tenía un perro de porcelana, creo que un dálmata, de tamaño natural. Yo me sentaba en la barra de la cocina, llorando, y el perro me miraba. Lo peor es que el perro no parecía tener mala onda. Tenía cara de hacer lo que podía, que no era mucho. En algún momento pensé: es perfectamente posible terminar así, en un departamento amueblado, llorando arriba de tus huevos revueltos, con un perro de porcelana. Es un pensamiento que aconsejo como mantra a cualquiera que se sienta en tiempo de descuento. Es como un bálsamo. Si te lo repetís suficientes veces, no necesariamente te sentirás mejor, pero es probable que, casi sin darte cuenta, empieces a hacer algo.

Yo podía estar para el cachetazo, pero disfrutaba escribiendo ese libro. El otro día me preguntaron si era autobiográfico. La verdad es que la ficción me parece una pérdida de tiempo. No, en realidad no me parece una pérdida de tiempo; lo que pasa es que eso que en general se llama ficción se ha convertido en un ejercicio de empobrecimiento. Seguimos asumiendo, sin pensarlo mucho, que inventar la experiencia es algo más elevado que investigarla. Más colorido, más audaz. Más personal. Pero no es así. Las formas de la imaginación son más estereotipadas de lo que se suele creer; las cualidades que inventás para un personaje ficticio son, casi siempre, más simplonas que las que podés observar en tu vecino de asiento en el colectivo. La mayoría de las veces, cuando un escritor compone un personaje, busca por instinto el estereotipo; para que el lector pueda creer que Pedrito o Martita son palpables, para compensar por su irrealidad evidente,  los hace típicos. A los personajes ficticios los define por lo trillado; a las personas reales, por lo excepcional. Es una de las razones por las cuales prefiero leer un buen relato verídico, como Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente, antes que una buena novela como París, de Marcos Giralt Torrente. ¿Y si la comparación es con 2666, de Roberto Bolaño? No me compliques la vida, querés, que estoy teorizando.

Así que conté la historia de mi matrimonio. Desde ya, eso no significa que cada cosa contada haya sucedido en los hechos. Pero sí que sucedió al menos como fantasía, como emoción. Proponerse contar la verdad acerca de algo puede ser un empeño de una riqueza muy grande, siempre que uno acepte que la verdad no son menos los hechos que la marca o el fantasma que dejaron los hechos.





13 comentarios:

  1. Genial, Gonzalo. Hace poco el Tano Dal Masetto decía esto en una entrevista: "Cuando se hace literatura con historias reales, la fidelidad de la escritura no se sostiene con sólo transcribir los hechos. Hay que manejar la realidad, equilibrarla, porque suele exagerar. Uno cree en esa realidad ‘exagerada’ cuando lee el diario, pero los mismos hechos en una novela pueden ser inverosímiles".

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    1. Es muy cierto lo que dice el tano, claro.

      Yo agregaría algo: contar cosas sin reflexionar sobre ellas vuelve todo un poco irreal. Porque la reflexión no es algo que hacen sólo algunos, de vez en cuando, sino algo que todos hacemos continuamente. Claro que la mayoría de las veces lo hacemos de manera fugaz, superficial, equivocada, maquinal. Pero reflexionamos. La historia de tu vida, en buena medida, es la historia de tus opiniones sobre tu vida. Ahora bien, en los relatos verídicos, con toda naturalidad, incluimos esa dimensión reflexiva. En la ficción tradicional, mucho menos. ¿Por qué? Es como pintar sin usar nunca el azul.

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  2. Muy bueno Gonzalo. Aquí estaré acompañando este tiempo relatado.

    Saludos!

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    1. esta buena la foto! yo no diria triste o alegre, la veo como,... un estallido de cambios...

      Pepi

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    2. Gracias, Franco. Ojalá te guste. Y gracias, Pepi. Sí, a mí también me parece eso la foto.

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  3. Está muy bien, Gonzalo, me dan ganas de leerlo! A mi todo el tiempo me preguntan si mi libro "Todos los hombres son solteros" es autobiográfico, y no me creen si digo que no. Parece que a la realidad, no hay con qué darle.
    Saludos, y a por él.
    http://pablonovak.blogspot.com.ar/search/label/todos%20somos%20solteros

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    1. Gracias, Pablo. Ya anduve por tu blog. Me gustó mucho. El post sobre el amor resuena con muchas cosas que escribí en mi libro, aunque lo tuyo es más claro, también más saludable, ay. Te mando un abrazo.

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  4. La imagen me da la sensación de calma, la copa impasible, perfectamente en pie.

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    1. ¿Sabés qué, Verónica? No se me había ocurrido, pero tenés razón. Ahora me gusta un poco más la tapa.

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  5. La imagen está muy buena, a mi me genera una sensación ambigua de tempestad, caos y explosión en la superficie; pero equilibrio y calma en lo profundo.

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    1. Te agradezco la devolución, Lupa. Lo que decís, que es parecido a lo que dice Verónica, pega muy bien con el libro. Un abrazo.

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  6. Yo veo la bala además de la copa, entonces de calma, nada. Pasa que es tiempo detenido, congelado. Para mí la bala es masculina y la copa femenina, hay un drama ahí, bien claro. Si es la historia de una separación no podías haber elegido una imagen mejor. La copa estalló, pero la bala ya agotó su función, solo le queda perder velocidad y caer, inútil, al fin. Sin embargo... todavía queda vino, no es poco.
    un abrazo

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  7. yo a la imagen la veo super realista, dice mucho, yo tampoco la veo triste sino como un desequilibrio en un estado de animo
    en unos meses un amigo en su alquiler de departamentos en buenos aires va a ser una muestra de fotografia, el saca fotos asi, con suspenso, creo que va a estar muy buena!

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