Por Agos
Pienso
si vale ir cambiando el nombre de un blog, si es válido.
O al
revés, si podés mantenerle un nombre a algo que por naturaleza es cambiante.
Cuando
le abrí este blog a Gonzalo, fue un poco para para colaborar con la prensa y difusión de El miedo y otro poco para que él calme su ansiedad. Era un época en la que no
sabíamos qué iba a ser de nosotros. O mejor dicho, no teníamos certezas de nada.
Sabíamos, si, que estábamos enamorados y que queríamos estar juntos. Nada más.
Nada menos. Pero Gonzalo todavía vivía en la plaza Joanic y yo en la plaza
Guadalupe.
“Algunos creen que escribir una novela es
fácil; pero es como largarte a correr una maratón sin preparación”. Gonzalo dice algo
así. Yo creo que, pensándolo bien, tiene razón. Con buen estado físico te
alcanza para correr dos vueltas al Rosedal, pero para correr cuarenta y dos
kilómetros necesitás algo más. No sé. Preparación, una base muscular, estar
bien alimentado, esfuerzo, trabajo, algo de sacrificio. Mucho sacrificio.
Entiéndase sacrificio como algo de tipo obsesivo. Como llegar a ser deportista
de alta competencia. Yo tengo amigas de selección nacional y puedo asegurar que
no están ahí sólo porque juegan lindo. Un entrenador mío, cuando era chica, nos
decía que la única persona que podía jugar sin entrenarse era Maradona.
O sea
que no había chances de hacerse la paja en la semana y querer ser figura en el
partido del sábado.
Bueno,
todo esto para decir que por más de que crea que alguna vez voy a escribir esa novela, en esto soy de los que se
contentan con un picadito, o una vuelta al lago. Y me gusta escribir cuando
tengo cosas para decir. Cuando tengo que inventar, no. Y si no tengo tiempo de
nada, menos tengo tiempo de escribir. Pero en vísperas de mi primer matrimonio −como me dice mi futuro suegro que se casó tres veces− recibí una carta muy linda de un amigo que me decía que
nunca deje de escribir.
Así que aunque me falte el tiempo y no me sobren las ideas, abrí
el blog y, después de sacarle el polvo,
sin saber bien qué, me puse a escribir nomás.
En ese entonces se llamaba Pasajero en trance. Un blog de Gonzalo Garcés. Un día, cuando ya estábamos casi
seguros de que íbamos a vivir juntos, dejamos Buenos Aires para irnos a
Barcelona. Esta vez íbamos, a grandes rasgos, a hacer dos cosas: una mudanza y
un viaje a Grecia. Pero ya éramos dos. Entonces, cuando llegamos a Cataluña,
Gonzalo escribió en su blog:
“Lo cierto es que desde ahora, aunque cada uno escriba en primera persona del singular, este blog se escribe de a dos, y consecuentemente cambia de nombre: los pasajeros, desde ahora, en realidad desde hace un tiempito, son dos.”
Y pasamos a ser dos pasajeros en trance.
Y yo empecé a escribir acá.
Después de eso, llegamos a Buenos Aires y tuvimos que
adaptarnos. Cuando uno vuelve de viaje y dice “me estoy adaptando todavía”
(porque se fue dos semanas a la playa) se refiere a la adaptación al trabajo.
Cuando te vas a vivir a otros países por diecisiete años, la adaptación es a
todo. Incluso a vos mismo. Cuando conocés a un tipo de forma muy especial y te
animás a irte con él de viaje no una, si no dos veces y pasarte un año de tu
vida de acá para allá y extasiada con la vida y llena de emociones desbordantes
y con ataques de sensibilidad extrema, la adaptación es otra. Cuando volvés de estar tres meses en Europa
siendo vos misma pero haciendo otra vida, la adaptación es re adaptación.
En agosto escribí con nostalgia algunos recuerdos de
nuestro viaje y como si fuera un síntoma de la adaptación, sentencié que ya no
éramos pasajeros. Todavía no estaba adaptada
pero era muy consiente de la nueva etapa que empezaba. Pasados los primeros meses, la casa ya
ordenada y levantada la oficina de Gonzalo, se nos ocurrió casarnos. Era octubre
y nos pusimos a pensar la forma y el color de nuestra celebración.
Y dejamos de escribir en el blog. No éramos pasajeros en
trance, pero tampoco éramos lo contrario. Teníamos los dos el mismo domicilio
en el nuevo Dni; vivíamos juntos en un departamento de tipo normal, hacíamos
vida de novios ordinarios, comíamos asados familiares los domingos, íbamos al
cine casi religiosamente. Aún así, no dejamos de ser, a pesar de todas estas
perlas de la cotidianeidad, personas en trance, en algún tipo de trance. Quiero
decir que el trance era emocional.
Pero ser novios ordinarios nos comió el tiempo para
escribir en el blog.
Y lo dejamos ahí.
Hoy, faltan exactamente tres semanas para que nos
casemos.
No sé que título debería llevar el blog. Quizás sólo Personas en trance, porque como siempre
decimos nosotros en broma, ayer no
nos conocíamos. Y hoy sí. Pero mañana vamos a ver la foto de hoy, ésta, de
nosotros dos a tres semanas de casarnos y vamos a pensar lo mismo. Después de
nueves meses viviendo acá miro las fotos del tipo con el que me fui a Europa y
me río y lo miro a Gonzalo y él se ríe y coreamos: ni nos conocíamos ahí.
El trance es
eso. Lo que pasa, pienso ahora a las 2 de la mañana, es que hay una serie de
cimientos que ya endurecieron mientras estábamos ocupados por estar enamorados.
Mientras pasaban cosas que eran fabulosas por sí mismas. Creíamos que el trance
era otra cosa; y ahora andá a cantarle a Gardel.